Es sólo una cuestión de dignidad. No estoy en contra de ningún asunto cultural, independientemente de quién lo pague o lo programe. Considero que comprar, invertir e importar un par de kilos de cultura al día está de moda y nos permite reunir autógrafos de artistas de reconocido prestigio. Pero yo, y otros tantos incrédulos, no nos conformamos con vacas gordas.
Creo que Salamanca es una gran industria del culturismo: una nueva forma de cultura que hincha el pecho de los programadores y que saca bola cada vez que las cifras o el aplauso baten las expectativas.
Creo también que Salamanca es una buena lavativa para los muchos artistas que se obcecan en reunir a unos cuántos amigos alrededor de su música, su poesía, su fotografía, su cine, sus cuadros o sus esculturas. Y que ahí acaba todo, tristemente.
Un año de cultura da para mucho, y a más de uno se le llena la boca de opiniones y de números sobre lo que es, o no, ser culto. Pero seguimos sin motivación, sometidos al tiempo y la rutina, bulímicos de cultura.
Salamanca cuenta con una muy buena selección de artistas a los que apenas se les presta un mínimo de atención. Por eso, quiénes crean, a pesar de todo, que es posible rellenar las horas, como buñuelos de viento, con amor, humor, música y poesía que no se suban nunca la bragueta.
Creo en la cultura del encuentro, en la cultura de las oportunidades, en la cultura de andar por casa. Y creo en la cultura de todos los que, con su trabajo y su esfuerzo, dan nombre y fama a la Universidad.
Y no creo en la falta de comunicación entre la universidad y la sociedad de Salamanca.
Tal vez debería haber dos Servicios Culturales en la USAL. El que existe, Servicio de Actividades Culturales de la Universidad, donde cada vez tiene mayor presencia la literatura y se estimula la creación con talleres o concursos de microrrelatos o fotopoemas. Aquí destaca el trabajo que, desde hace años, vienen desarrollando Juan Antonio González Iglesias, Paqui Noguerol y Elena Medel, por citar sólo algunos. Pero también debería existir el “Servicio de Actividades Culturales Universitarias” con una revista de creación importante, un protagonismo mucho mayor de los estudiantes y sus asociaciones en la vida cultural dentro y fuera de la Universidad, con una colaboración más estrecha entre facultades, y con muchas ideas y proyectos.
Pero aún estamos ciegos. Aún no valoramos como se merecen a los artistas universitarios de la ciudad. Y apenas sentimos curiosidad por sus propuestas. Y apenas les damos crédito y cobertura. Y aún seguimos pagando, a precio de oro, al artista de fuera. Y deshonrando la figura de Juan del Enzina, ahora sin teatro.
No nos conformamos con vacas gordas. Es sólo una cuestión de dignidad.
Raúl Vacas
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